Ocho de la mañana. Estaba a dos cuadras de la universidad –específicamente, la Universidad Nacional del Centro del Perú (UNCP)– y desde esa distancia podía divisar varios alumnos en el puente peatonal, eso de por sí era inusual, así que el primer presentimiento fue cierto: un paro debido a la sangre derramada en Amazonas había sido acatado.

El instinto me llevó a buscar a mis compañeros del salón de clases entre un gran tumulto que miraba con alegría las puertas cerradas y curiosos los escritos en los carteles que iban en contra del genocidio ocurrido estas semanas en Bagua. Pude encontrar a algunos y decidimos esperar ya que corría el rumor que luego de la marcha de un grupo universitarios todo iba a volver a la normalidad, más o menos, a las once de la mañana.
Unas horas después. Los marchantes salieron y bloquearon la carretera principal de entrada a Huancayo con piedras por muchas, muchas, muchas cuadras.
Al parecer todo iba con calma y lo ideal, la “marcha pacífica”, estaba tomando cauce mientras conversábamos con nuestro profesor de Redacción periodística y nos daba alcance de cómo buscarle un encuadre a la noticia porque nos llamó la atención ver metros más allá a un grupo de marchantes que trataban la manera de tumbar los paneles publicitarios del estado: El Perú avanza… se movía como si un temblor pasase por ahí.
El panorama tomó un aspecto soledoso y nosotros nos dirigimos hacia una cuadra paralela con dirección al río Mantaro, hasta que comenzaron a sonar tiros parecidos a los de bala y vidrios resquebrajarse, el asombro de todos al escuchar ¡disparos! inmediatamente se convirtió en desesperación. Nos tomó por sorpresa.
Los locales comerciales cercanos cerraron sus puertas y los trabajadores corrían hacia la cuadra donde nos encontrábamos, dos alumnas venían con los ojos rojos y buscaban agua para mojarse el rostro.

Por el lado derecho la muchedumbre corría como escapando de los gases lacrimógenos que los policías lanzaban, nos quedó correr hacia la izquierda, pero era tarde ya que por esa calle perpendicular también corrían alumnos, heladeros, vendedores de golosinas y señoras que habían salido de compras seguidos de una lluvia de piedras que se hacían espacio entre toda la humareda.
Estábamos encerrados.

Entonces las formas de verle un encuadre a todo eso comenzaron despertar mis reminiscencias de las últimas semanas.


La nauseabunda propaganda televisiva que lanzó el Ministerio del Interior que sólo distorsionaba de una manera desfachatada información alguna de lo que ocurrió en el enfrentamiento entre amazónicos y policías. Al mismo estilo de los diarios chicha.
Las opiniones despectivas de Alan García con respecto a las etnias de la selva. Su rostro inflado y su risa sarcástica.
Los ojos sobresalientes de Mercedes Cabanillas creciendo más, más y cada vez más.
El intentar buscarle solución a este problema que deriva de una inadecuada información. Y de esto partieron unas preguntas: ¿Dónde están los antropólogos de la universidad y de las demás? Porque, claro, desde la visión de interculturas se ha olvidado el respeto que debe haber entre ellas.
La poca mesura de ambas partes.
Al final la polarización iba en aumento y la búsqueda de una concertación parecía una utopía.

Poco a poco est
aba tentado a tener una posición, pero cuando vi la cara de algunos alumnos truhanes que arremetían con piedras y celebraban como si fuese un juego de niños irracionales decidí buscar la forma de escapar porque también la nariz me comenzaba a picar y los ojos a lagrimear.
Nos subimos al primer carro que se nos cruzó y dimos vuelta cerca por las rieles que conectan Lima con Huancayo, el autobús avanzaba lentamente y podíamos ver que desde ese punto la situación se veía diferente: alumnos saliendo de las discotecas como si nada ocurría a su alrededor, otros comentando de lo que observaban y la mayoría alejándose de cualquier disturbio. Era cierto: no todas las cosas se ven igual de diferentes lados.
Cuando volvimos a la carretera giramos para ver lo que sucedía a lejos y el panorama era un gran manto blanco que ascendía, policías medrosos que corrían en retirada y la luz adoptando un claroscuro muy definido.
Pese a que ahora no tengo inclinaciones religiosas recordé parte de un poema de Petter Dass:

Dios es Dios aunque todas las tierras estén desiertas.
Dios es Dios aunque todas las gentes estén muertas…
Y con la misma emoción que terminé el día de agosto del temblor en Lima del 2007 volvía a mi casa insospechando qué es lo que ocurriría en el mañana.
Foto: Correo (edición Huancayo)
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