Así se junten las palabras y hagan una pomposa composición, no llegarían a sentir lo que hoy (ayer, antes de ayer, hace una semana, hace siglos) pude saborear, palpar, olfatear, ver y oír. Bastaron dos palabras para que se me sea revelado el universo de pasos, de los que suenan despacio y cuando uno se cruza… es el todo.
La puerta trasera del cementerio nuevamente tornaba sus colores más cercanos al gris, pero el cielo lo combatía con su ocaso a quemarropa. Los muertos descansaban, quizás recordando que nunca lograron ver lo que venía después, pero yo estaba a punto de divisar realmente lo que el futuro traía bajo las mangas: Humbert Humbert, venía caminando lentamente.
El otoño fue borrado por la contagiante liquidez de esos ojos que traen el mar, me iba acercando y noté el esbozo de una sonrisa oprimida, en el que las comisuras aman ensancharse y las mejillas les niegan permisos.
-¿En dónde te habías metido?
Nos demandó tiempo precisar el tiempo que no cruzamos miradas y más.
-¿Casi un año?
El tiempo advierte leves empujoncitos o muchas veces te arrastra por un camino lleno de piedras, los sientes más, se quiebran las piernas, las espaldas, los sudores lloran y las pieles dejan de renovarse.
Nos desenvolvimos para evaporarnos, calentar nuestros dedos aún alejados y desposeer todo lo llovido sobre nuestros hombros.
Zigzagueando un brazo me tomó de sorpresa los hombros y un leve tirón terminé arrastrado a su lado tibio, el nidal que se deja alguna vez y luego se deshace esta vez fue recontraída y concibió una nueva vida.
-¿Me extrañaste?
¿Dónde estarán los siglos, dónde el sueño
de espadas que los tártaros soñaron,
dónde los fuertes muros que allanaron,
dónde el Árbol de Adán y el otro Leño?
El presente está solo. La memoria
erige el tiempo. Sucesión y engaño
es la rutina del reloj. El año
no es menos vano que la vana historia.
Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados
espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno. (*)
Sólo pude realizar lo único que se me permitía hacer: acercármele para darle un abrazo imperecedero y eterno. El miedo ya no me apabullaba más con esa conciencia que destiñe el sentimiento que llevan consigo los grandes amantes.
-Carlos, estoy fuera de mí, puedo hacer o pueden hacer de mí hasta un barquito de papel… ése que se moja y se hunde simultáneamente.
Calló un momento y me miró con malicia, sus labios se convirtieron en el fulgor del fuego mismo y me llevó mucho más lejos.
Nos ocultamos entre las infinitas sábanas y del silencio salieron calores, vapores y hasta estertores.
Fragmentamos nuestras partes como rompecabezas y las unimos sin regla ni simetría alguna para juntarnos, liberarnos de la amargura, dejar las otras voces atrás, debajo de la cama.
Acaso en aquel momento me cubrí de una caperuza para enloquecer y él derramó un triste puñal sobre mis labios. Pululantes.
Acaso aquí terminó todo, mientras otros dan pasos, nosotros dejamos de darlos. En ese caso, hemos partido muy lejos…
Hasta volvernos a ver pronto.
(*) Poema EL INSTANTE de Jorge Luis Borges