Libertad, palabra compleja. Usada actualmente en muchos libros de autoayuda con esa connotación pop, tan irrelevante, superflua, vanidosa que nos aleja del transfondo que esta simple unión de letras nos puede otorgar. Por un lado.
La libertad inyectada en los medios de la comunicación, una problemática que abre una amplia gama de sugerencias, cuestionamientos, normatividades y aspectos legales. Sin embargo, pienso hacer de esa variedad un cuadro que brille por su pluralidad. Por otro lado.El dueño y los dueños de la televisión
En base al artículo Los límites de la información por Abelardo Sánchez León en la revista Quehacer (octubre – diciembre 2009) he tomado varios puntos en consideración con respecto al tema tratado.
Uno de ellos se encuentra en la respuesta de Martín Carrillo ante la quinta pregunta: “Yo creo que hay una lógica patrimonialista y de empresa privada. Por lo tanto, como es un canal o radio privado, programa y dice lo que quiere”.
¿Es realmente eso cierto? Pienso que relativamente no, el dueño o dueños de canales de televisión –que es el medio más trascendental, aún no completo– está sujeto al interés del público y a sus empresas auspiciadoras. Toma decisiones, sí, tal vez inadecuadas como en el caso de Genaro Delgado Parker; pero su libertad como jefe de la “empresa emisor” está regulada, no por un marco legal –que últimamente genera dubitación con el caso de José Enrique Crousillat–, sino por un grupo social que es quien genera sus propios contenidos como indica McQuail en su teoría normativa que formula que los medios están sujetos a la voluntad popular.
Esto me genera otro cuestionamiento: ¿“La empresa receptora” es libre?
Entiéndase libertad en este caso como dicta el diccionario en su primera acepción: “Facultad de obrar de una manera y otra, y de no obrar”.
Los que eligen ver un programa determinado cumplen la misma función de quienes eligen no ver el mismo programa; sin embargo, entran aquí las tablas del rating y hacen de esto un patrón cualitativo que nos ayuda a percibir con mayor claridad el porqué un programa es más exitoso que el otro. Tal vez nos proyectemos como un integrante más del programa o seamos algo que desde nuestro oscuro interior nos hace sentirnos cómodos: en la casa de vidrio o simplemente de LCD ahora.
Jean Paul Sartre en el capítulo III: Las relaciones concretas con el prójimo de El Ser y la Nada reflexiona muchos aspectos de interacción. Uno que me pareció aplicable para tratar mejor este tema: “Hay un para-sí y en-sí en presencia del otro. Cuando hayamos descrito este hecho concreto, estaremos en condiciones de concluir sobre las relaciones fundamentales de estos tres modos de ser y podremos quizás esbozar una teoría metafísica del ser en general”.
El para-sí (cómo nos vemos) niega al en-sí (cómo somos), pero el dominante es el para-sí cuando se trata de elegir un programa porque sesga nuestra verdadera esencia, aleja lo máximo posible al en-sí y nos adormece en prototipos ideales, en estereotipos exagerados de nosotros mismo. Es entonces en este caso que dejamos de ser libres y comenzamos a ser prisioneros de este medio, nos disfrazamos de interés público, de libertad –ésa, la que comienza este ensayo– y asolapadamente pedimos más para alimentar a nuestro famélico para-sí.
Así que se puede afirmar que tanto el dueño del medio como los receptores no son libres de obrar porque existirá algo que les impida visto de este modo, o es que ambos van buscando la libertad del otro para lograr su propia forma de libertad.
Contra la limitación, yo me limito
Uno de los temas principales de las políticas de comunicación del siglo XX es la libertad de prensa, que a su vez ha causado más de un debate en diferentes espacios, desde el congreso hasta en la calle. Todos nos preguntamos si realmente deben existir límites para la libertad de prensa y si existirían, hasta dónde deben llegar esos límites, o sea, la limitación de la limitación.
Los gobiernos de turno han visto siempre en los medios el poder, más allá del sillón presidencial, ven un discurso como un megáfono que expande su poder. Es porque aún los medios para muchas personas es signo de credibilidad, confiabilidad y –en pocas palabras– verdad.
De la misma revista y edición, Ramiro Escobar La Cruz mediante su artículo Libertad bajo maniobra reflexiona el caso de los medios en América Latina y toma dos palabras indispensables para su entendimiento: “Poder y Libertad”.
Si tomo como premisa lo mencionado en cuanto a verdad, pues la verdad es colectiva: se forma de muchas pequeñas verdades. Por ejemplo, si es que existiese la verdad, ya no necesitaríamos leer más de dos periódicos para ampliar nuestro enfoque del hecho. Por ello no hay una manera objetiva de redactar, porque en la selección de palabras están ya una intención que anula el conocimiento fáctico de nuestro entorno. En pocas palabras, si esto es cierto, entonces podemos crear realidades o contextos y eso es justamente lo que hacen los medios: crear algo muy cercano a la verdad que con el nombre de verdad se ofrece como una manzana acaramelada.
Con respecto a libertad, vuelvo a insistir con el modelo con el que se terminó el anterior tema de la televisión pero esta vez aplicado al poder. Mientras el presidente quiere tener más libertad (caso como el de Hugo Chávez) le va quitando al otro su libertad de expresión. Van en relación inversamente proporcional porque mientras los venezolanos piden libertad, su presidente lo interpreta como el desprendimiento de su propia libertad –valga la redundancia del caso–. A diferencia del rating que va directamente proporcional a la violación de la privacidad, al facilismo de contenidos, a los temas soft, etc… Claro ejemplo fue en los años entrantes a este nuevo siglo, épocas en los que cada canal de televisión tenía un talkshow y era el plato preferido de las masas.
Volviendo al tema de las delimitaciones noto un defecto por el cuál creo hasta el momento no se puede tener una base legal definida para ponerle límites a la libertad de prensa y sucede cuando se le otorga más libertad a la prensa, ésta entra en la Segunda actitud hacia el prójimo: el sadismo (volviendo nuevamente con Sartre).
Se exasperan los editores, los auspiciadores ponen reglas al juego y se necesitan de los contenidos más agradables. Entra el ser-para-otro, la imagen que vendemos, la que consumen los demás de nosotros que en pleno surgimiento al mundo se puede elegir mirar la mirada ajena y construir una subjetividad sobre el derrumbe de la ajena y eso exactamente hacen los medios de forma sutil como se define el sadismo. Esa misma barbarie que se propaga en los emisores provoca un efecto: piden más porque ya son sádicos. Otrora estos mismos emisores son quienes quieren poner límites a lo que consumen, suena irónico. Pero desde mi punto de vista suena utópico que logren sus cometidos. Ya explicado, creo que no sólo se puede aplicar en lo mediático, sino también en lo social, así creo nació la crítica radical de la cultura de masas realizada por Dwight MacDonald en “Masscul y Midcult”.
Luego de tratar la libertad y la limitación en el campo de los medios de la comunicación tengo algunas inferencias al respecto.
No podremos a llegar ser libres de nuestros para-sí y andaremos persiguiéndolo por cualquier medio, sea en radio, TV, periódicos, Internet. Porque así aprendemos a discriminar y elegir lo que nos conviene, ahora la base sea el grado de instrucción que tengas y nos pueda ayudar a discriminar mejor los contenidos que vierten. Así nosotros podremos ser los limitadores de la libertad banalizada que actualmente circula.
La paradoja que nace es que mientras podemos ser los limitadores, tenemos el poder de quitarle límites ya sea al periodismo (como ejemplo), ya que los que ejercen siempre justifican su contenido en “nosotros damos lo que la población pide”. Y si vamos pidiendo indirectamente temas que sólo nos quitan la libertad de nuestro ser, pues caeremos en un círculo vicioso que se repetirá una y otra vez en nuestra historia.
Una propuesta puede ser adentrarnos más en el mundo de la Internet que ya ha cobrado vida mediática desde la creación de los sitios Web personales o blogs.
En nosotros está el cambio social hasta que no se intensifique la delimitación en este medio de comunicación que ya empezó, para mencionar el caso de China que restringe a Google por la libertad de sus contenidos. Hasta eso, pasarán muchos años tal vez o a la velocidad en que vamos –virtualmente hablando– suceda en un par de años, así que debemos tomar la delantera.
En cuanto a la televisión, creo que tiene un destino fijo al igual que nuestra sociedad: preocuparse más por el consumo, la cantidad, la competitividad y el éxito. De ese modo el paso a la nueva televisión digital no será el gran cambio también el paso de la televisión con contenido social a la televisión con contenido mercantil, todo serán propagandas y tal vez llegue el momento en el que nuestras conversaciones derivarán de los productos que se ofrecieron en el programa de moda regido por el rating –que hasta ahora sigo siéndole escéptico–.
Por último, de nada nos servirá preocuparnos en liberarnos mediante el otro (ya sea un medio de comunicación) porque ni en el pasado lo hemos logrado con otras personas con las que teníamos contacto directo. Sólo queda preocuparnos en saber discriminar los contenidos, no limitar, porque es probable que cuando queramos limitar algo estemos queriendo limitar nuestra propia libertad.
La libertad inyectada en los medios de la comunicación, una problemática que abre una amplia gama de sugerencias, cuestionamientos, normatividades y aspectos legales. Sin embargo, pienso hacer de esa variedad un cuadro que brille por su pluralidad. Por otro lado.El dueño y los dueños de la televisión
En base al artículo Los límites de la información por Abelardo Sánchez León en la revista Quehacer (octubre – diciembre 2009) he tomado varios puntos en consideración con respecto al tema tratado.
Uno de ellos se encuentra en la respuesta de Martín Carrillo ante la quinta pregunta: “Yo creo que hay una lógica patrimonialista y de empresa privada. Por lo tanto, como es un canal o radio privado, programa y dice lo que quiere”.
¿Es realmente eso cierto? Pienso que relativamente no, el dueño o dueños de canales de televisión –que es el medio más trascendental, aún no completo– está sujeto al interés del público y a sus empresas auspiciadoras. Toma decisiones, sí, tal vez inadecuadas como en el caso de Genaro Delgado Parker; pero su libertad como jefe de la “empresa emisor” está regulada, no por un marco legal –que últimamente genera dubitación con el caso de José Enrique Crousillat–, sino por un grupo social que es quien genera sus propios contenidos como indica McQuail en su teoría normativa que formula que los medios están sujetos a la voluntad popular.
Esto me genera otro cuestionamiento: ¿“La empresa receptora” es libre?
Entiéndase libertad en este caso como dicta el diccionario en su primera acepción: “Facultad de obrar de una manera y otra, y de no obrar”.
Los que eligen ver un programa determinado cumplen la misma función de quienes eligen no ver el mismo programa; sin embargo, entran aquí las tablas del rating y hacen de esto un patrón cualitativo que nos ayuda a percibir con mayor claridad el porqué un programa es más exitoso que el otro. Tal vez nos proyectemos como un integrante más del programa o seamos algo que desde nuestro oscuro interior nos hace sentirnos cómodos: en la casa de vidrio o simplemente de LCD ahora.
Jean Paul Sartre en el capítulo III: Las relaciones concretas con el prójimo de El Ser y la Nada reflexiona muchos aspectos de interacción. Uno que me pareció aplicable para tratar mejor este tema: “Hay un para-sí y en-sí en presencia del otro. Cuando hayamos descrito este hecho concreto, estaremos en condiciones de concluir sobre las relaciones fundamentales de estos tres modos de ser y podremos quizás esbozar una teoría metafísica del ser en general”.
El para-sí (cómo nos vemos) niega al en-sí (cómo somos), pero el dominante es el para-sí cuando se trata de elegir un programa porque sesga nuestra verdadera esencia, aleja lo máximo posible al en-sí y nos adormece en prototipos ideales, en estereotipos exagerados de nosotros mismo. Es entonces en este caso que dejamos de ser libres y comenzamos a ser prisioneros de este medio, nos disfrazamos de interés público, de libertad –ésa, la que comienza este ensayo– y asolapadamente pedimos más para alimentar a nuestro famélico para-sí.
Así que se puede afirmar que tanto el dueño del medio como los receptores no son libres de obrar porque existirá algo que les impida visto de este modo, o es que ambos van buscando la libertad del otro para lograr su propia forma de libertad.
Contra la limitación, yo me limito
Uno de los temas principales de las políticas de comunicación del siglo XX es la libertad de prensa, que a su vez ha causado más de un debate en diferentes espacios, desde el congreso hasta en la calle. Todos nos preguntamos si realmente deben existir límites para la libertad de prensa y si existirían, hasta dónde deben llegar esos límites, o sea, la limitación de la limitación.
Los gobiernos de turno han visto siempre en los medios el poder, más allá del sillón presidencial, ven un discurso como un megáfono que expande su poder. Es porque aún los medios para muchas personas es signo de credibilidad, confiabilidad y –en pocas palabras– verdad.
De la misma revista y edición, Ramiro Escobar La Cruz mediante su artículo Libertad bajo maniobra reflexiona el caso de los medios en América Latina y toma dos palabras indispensables para su entendimiento: “Poder y Libertad”.
Si tomo como premisa lo mencionado en cuanto a verdad, pues la verdad es colectiva: se forma de muchas pequeñas verdades. Por ejemplo, si es que existiese la verdad, ya no necesitaríamos leer más de dos periódicos para ampliar nuestro enfoque del hecho. Por ello no hay una manera objetiva de redactar, porque en la selección de palabras están ya una intención que anula el conocimiento fáctico de nuestro entorno. En pocas palabras, si esto es cierto, entonces podemos crear realidades o contextos y eso es justamente lo que hacen los medios: crear algo muy cercano a la verdad que con el nombre de verdad se ofrece como una manzana acaramelada.
Con respecto a libertad, vuelvo a insistir con el modelo con el que se terminó el anterior tema de la televisión pero esta vez aplicado al poder. Mientras el presidente quiere tener más libertad (caso como el de Hugo Chávez) le va quitando al otro su libertad de expresión. Van en relación inversamente proporcional porque mientras los venezolanos piden libertad, su presidente lo interpreta como el desprendimiento de su propia libertad –valga la redundancia del caso–. A diferencia del rating que va directamente proporcional a la violación de la privacidad, al facilismo de contenidos, a los temas soft, etc… Claro ejemplo fue en los años entrantes a este nuevo siglo, épocas en los que cada canal de televisión tenía un talkshow y era el plato preferido de las masas.
Volviendo al tema de las delimitaciones noto un defecto por el cuál creo hasta el momento no se puede tener una base legal definida para ponerle límites a la libertad de prensa y sucede cuando se le otorga más libertad a la prensa, ésta entra en la Segunda actitud hacia el prójimo: el sadismo (volviendo nuevamente con Sartre).
Se exasperan los editores, los auspiciadores ponen reglas al juego y se necesitan de los contenidos más agradables. Entra el ser-para-otro, la imagen que vendemos, la que consumen los demás de nosotros que en pleno surgimiento al mundo se puede elegir mirar la mirada ajena y construir una subjetividad sobre el derrumbe de la ajena y eso exactamente hacen los medios de forma sutil como se define el sadismo. Esa misma barbarie que se propaga en los emisores provoca un efecto: piden más porque ya son sádicos. Otrora estos mismos emisores son quienes quieren poner límites a lo que consumen, suena irónico. Pero desde mi punto de vista suena utópico que logren sus cometidos. Ya explicado, creo que no sólo se puede aplicar en lo mediático, sino también en lo social, así creo nació la crítica radical de la cultura de masas realizada por Dwight MacDonald en “Masscul y Midcult”.
Luego de tratar la libertad y la limitación en el campo de los medios de la comunicación tengo algunas inferencias al respecto.
No podremos a llegar ser libres de nuestros para-sí y andaremos persiguiéndolo por cualquier medio, sea en radio, TV, periódicos, Internet. Porque así aprendemos a discriminar y elegir lo que nos conviene, ahora la base sea el grado de instrucción que tengas y nos pueda ayudar a discriminar mejor los contenidos que vierten. Así nosotros podremos ser los limitadores de la libertad banalizada que actualmente circula.
La paradoja que nace es que mientras podemos ser los limitadores, tenemos el poder de quitarle límites ya sea al periodismo (como ejemplo), ya que los que ejercen siempre justifican su contenido en “nosotros damos lo que la población pide”. Y si vamos pidiendo indirectamente temas que sólo nos quitan la libertad de nuestro ser, pues caeremos en un círculo vicioso que se repetirá una y otra vez en nuestra historia.
Una propuesta puede ser adentrarnos más en el mundo de la Internet que ya ha cobrado vida mediática desde la creación de los sitios Web personales o blogs.
En nosotros está el cambio social hasta que no se intensifique la delimitación en este medio de comunicación que ya empezó, para mencionar el caso de China que restringe a Google por la libertad de sus contenidos. Hasta eso, pasarán muchos años tal vez o a la velocidad en que vamos –virtualmente hablando– suceda en un par de años, así que debemos tomar la delantera.
En cuanto a la televisión, creo que tiene un destino fijo al igual que nuestra sociedad: preocuparse más por el consumo, la cantidad, la competitividad y el éxito. De ese modo el paso a la nueva televisión digital no será el gran cambio también el paso de la televisión con contenido social a la televisión con contenido mercantil, todo serán propagandas y tal vez llegue el momento en el que nuestras conversaciones derivarán de los productos que se ofrecieron en el programa de moda regido por el rating –que hasta ahora sigo siéndole escéptico–.
Por último, de nada nos servirá preocuparnos en liberarnos mediante el otro (ya sea un medio de comunicación) porque ni en el pasado lo hemos logrado con otras personas con las que teníamos contacto directo. Sólo queda preocuparnos en saber discriminar los contenidos, no limitar, porque es probable que cuando queramos limitar algo estemos queriendo limitar nuestra propia libertad.
Imagen: Apaga la tele de J. R. Mora
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