Espero que María Kodama pueda disculparme al usar extractos del cuento “El Sur” de Jorge Luis Borges y todo se halle en la consecución de la catarsis que encierro.
José Luis Di Zeo por los azarosos pasajes recorridos, se encontró y dejó sumergir a las Ficciones, a las ficciones de Borges. Polonia, a primera imagen, el alter ego Juan Dahlmann había encandilado a este director a su retorno a Argentina poder buscar al artífice y realizar en ideas: Borges, un destino sudamericano.
"Cuando regresé a la Argentina, pensaba sólo en dos cosas: comunicarme con Borges, convencerlo sobre la realización de algún proyecto y contactarme con Tadeo para filmarlo", fue lo que agregó éste.
Escobar (1977), dos años antes al Premio Cervantes, el movimiento circundaba por la mente de tres hombres: José Luis, Jorge Luis y en colaboración al que anteriormente filmara escenas bélicas en plena Segunda Guerra Mundial, Tadeo Bortnowsky. Estaban comenzando a conspirar los hechos alrededor, se gestaba -como en su libro- la unión de partes y momentos constituyentes a realizar la película.
Por una botella de vino Pernod, Borges aceptó ser protagonista de aquel cuento que el mismo consideró su mejor elaboración; sabor desprendido en él, enajena mis ansias y las libera de la opresión, acelerando mis acciones para poder tener el documental frente a mis pupilas en roedora conjunción.
Pasaron las horas, días, meses, años desde que Borges empuñó el cuchillo, avanzó y llegó a la vasta etapa que actualmente llamamos eternidad para que ahora en el Ciclo Documentamadrid 2007. Registrando olvidos: Pantalla Latinoamericana presentado entre el 5 al 12 de mayo en España, haga su primera presentación el documental que ha causado revuelo substancial al ámbito que se deleita de las obras esplendorosas, un miércoles –como hoy–.
Encontré en el espacio YouTube un trailer un poco más extenso del que halle por programas, espero que puedan degustar con tal manía los pocos segundos que transcurren alrededor de la ceguera y la lucha contra el destino.
Llegué al último sendero de aquel Jardín que se Bifurca después de ser los Artificios, El Sur iba más allá. Cargué la mochila, dispuesto a repetir el rumbo de siempre, antes de tomar cautela a lo menos esperado –el desembarcar–, cruzar la berma de la avenida Brasil y de pronto sentir un tenue sosiego, paralelamente intuyendo que aquel gato esperaba ser acariciado con manos ajenas, esperaba ser marcado por mis sudores. Ya dentro del carro, dispuesto sobre la velocidad, abrí el libro y continué con tan apasionante lectura. Imprecisión, un (quizás) defecto que paro cometiendo para confundir más la búsqueda de conocimiento; "Las mil y una noches" de Weil se habían transformado en Ficciones de Jorge Luis Borges, salía de un trance –al igual que su septicemia– casi me llevaba al paraíso de los que no se percatan que el amor puede hacerse en infección y si somos indiferentes ante ello, somos peones de la existencia sin camino. Estaba adentro, estaba nostálgico, otrora los vidrios del ómnibus se iban opacando, levanté la mirada y el asombro no me hacía protestar ya que “algo” había sucedido entremedio a mi destino... era que el conductor optó llevarnos por otras avenidas. A la derecha, un sol de media tarde incrustaba los frondosos árboles del Campo de Marte mientras avistaba una gran fila de carros en espera del avanzar… volví a la lectura. ¿Cuántas personas van sentadas aquí? O mejor debería responderme que aquellos esperaban el ímpetu del tren y no era necesario compenetrarme en cada uno.
Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.
Nuevamente corría por los campos de mi niñez, tenía cinco años y con ellos, podía oler, sentir el frío del río que luchaba contra mi hálito, estaba dirigiéndome hacia un canal paralelo a éste, ¿dónde estabas, Antony? Mi mamá preguntó, viéndome sin mis primos que me cuidasen, parado entre el cañaveral. Recordé, las dudas –que siempre fueron viles compañeros– se habían escapado. Ahora iba a El Sur, ya con el cuchillo en manos.
No podía despertar aunque me lo suplicase a mí, una gran telaraña me dejaba tranquilo observando simplemente cómo se desvanecía un anaranjado atardecer tras el cielo de verano, todos los recuerdos de infinito estaban ahí y éste era uno de ellos.
¿Cuándo me tocará aceptar el duelo? Esa pregunta fue la que me turbó después, cuando ya iba por los caminos de siempre, sintiéndome el hombre más excelso, tan ligero que sentía flotar sobre mis invenciones, y hasta ese entonces seguiré empuñando con firmeza el cuchillo.
Fotos: infoabe.com(primera) y elmundo.es (segunda)
Fuentes: DyN, terra.com/actualidad, casamerica.es, noticiasya.com