Tercer domingo de julio, el primer día del pollo a la brasa y todos comen como apresurados: el peruano amante de su comida bien sazonada. Por el otro lado un niño pega las mejillas al vidrio de la puerta de la pollería, queda inmóvil, sólo existen ademanes, esa conversión de sus mayores deseos en movimientos lentos de los labios resecos. Las dos caras en un mismo tiempo, mientras una marca de gaseosas ha creado hasta el día de la Noche de la comida peruana, los otros soportan hasta dos días sin comer. Un muro que por ser transparente es más cruel y se erige entre ambos, aquel muro que humedece ojos y araña paladares en forma de saliva.
Los domingos se han hecho para trabajar
Ellos han olvidado que Dios se declaró agotado y descansó el sétimo día de la semana, pero para ellos los domingos son los días en los que tienen que ponerse más moscas porque hay más gente a quien lustrarle los zapatos para la cita y decirle –o hasta reclamarle– que aprecie el arte.
Ellos están en toda la ciudad, a que algunos los vean transparentes, les irrite, les acongoje, los enternezca o trate de ayudarlos es cuestión del muro que la sociedad ha construido; pero siempre están ahí, esperando llegar a acumular diez o veinte soles, porque ése es sueño: llegar a casa con algo para alimentar sus estómagos y parte de lo que les queda de vida.
Ellos, aunque les falte o estén en espera de un Víctor Hugues que por la noche rompa la aldaba de sus casas y los lleve por otros rumbos como a Sofía, Carlos y Esteban en El siglo de las luces de Alejo Carpentier, es lo de menos, porque ignoran los paseos dominicales con sus padres y con su silencio moldean una ceguera blanca que ilumina hasta lo más oscuro que podamos tener en el alma.
Ellos tienen nombres, sólo nombres, pues para el gran espíritu tras de ellos las palabras quedan como calificativos insignificantes. Ellos son José, “El gato Félix”, Denis, “Cochinín” y Leyel, “Cuchi”, tres niños que han aleado su miseria con la inocencia que aún brilla inmensurablemente en sus pupilas.
Ellos han olvidado que Dios se declaró agotado y descansó el sétimo día de la semana, pero para ellos los domingos son los días en los que tienen que ponerse más moscas porque hay más gente a quien lustrarle los zapatos para la cita y decirle –o hasta reclamarle– que aprecie el arte.
Ellos están en toda la ciudad, a que algunos los vean transparentes, les irrite, les acongoje, los enternezca o trate de ayudarlos es cuestión del muro que la sociedad ha construido; pero siempre están ahí, esperando llegar a acumular diez o veinte soles, porque ése es sueño: llegar a casa con algo para alimentar sus estómagos y parte de lo que les queda de vida.
Ellos, aunque les falte o estén en espera de un Víctor Hugues que por la noche rompa la aldaba de sus casas y los lleve por otros rumbos como a Sofía, Carlos y Esteban en El siglo de las luces de Alejo Carpentier, es lo de menos, porque ignoran los paseos dominicales con sus padres y con su silencio moldean una ceguera blanca que ilumina hasta lo más oscuro que podamos tener en el alma.
Ellos tienen nombres, sólo nombres, pues para el gran espíritu tras de ellos las palabras quedan como calificativos insignificantes. Ellos son José, “El gato Félix”, Denis, “Cochinín” y Leyel, “Cuchi”, tres niños que han aleado su miseria con la inocencia que aún brilla inmensurablemente en sus pupilas.
Despierta, mira que aún amanecerá
Es lunes y mientras los gallos cantan por la zona, Alicia se levanta presurosa para hervir agua y buscar algún mate para el desayuno. Grita: “José, apúrate, ya voy a salir”.
José despierta cansado, intenta no despertar a su hermana aún y escucha las indicaciones que le da su madre: “A las seis vienes para ayudarme a enjuagar la ropa y le dices a la Leyel que salga temprano”.
La hermana despierta, su panorama son cuatro muros por los que pagan treinta soles al mes, se pone el uniforme y reniega que este año le haya tocado el turno de la mañana, toma una taza con manzanilla, se pone la mochila encima y sale haciéndose las trenzas en el camino, en tanto José ya ha llegado a la casa de una vecina y está enjuagando las ropas que su mamá cobra cinco soles la docena.
A las diez de la mañana, José se pone al hombro su caja para lustrar zapatos y con la mirada hacia el vacío deja atrás aquel asentamiento humano abigarrado: Justicia, Paz y Vida.
Es lunes y mientras los gallos cantan por la zona, Alicia se levanta presurosa para hervir agua y buscar algún mate para el desayuno. Grita: “José, apúrate, ya voy a salir”.
José despierta cansado, intenta no despertar a su hermana aún y escucha las indicaciones que le da su madre: “A las seis vienes para ayudarme a enjuagar la ropa y le dices a la Leyel que salga temprano”.
La hermana despierta, su panorama son cuatro muros por los que pagan treinta soles al mes, se pone el uniforme y reniega que este año le haya tocado el turno de la mañana, toma una taza con manzanilla, se pone la mochila encima y sale haciéndose las trenzas en el camino, en tanto José ya ha llegado a la casa de una vecina y está enjuagando las ropas que su mamá cobra cinco soles la docena.
A las diez de la mañana, José se pone al hombro su caja para lustrar zapatos y con la mirada hacia el vacío deja atrás aquel asentamiento humano abigarrado: Justicia, Paz y Vida.
En el camino se detiene en el hospital regional para ofrecer su servicio, si no ha logrado una boleada sigue para adelante hasta llegar a la plaza Constitución y en pleno sol de mediodía ganar algo para comer.
A las tres de la tarde tiene algo de sencillo para subirse a una combi que va a Chupaca y si no tiene para el pasaje o no le dio ganas de pagar, burro-fuga nomás con tal de estar en la mesa y almorzar un segundito o una sopita de quinua.
Todo es en base a cuánto han logrado juntar, si es menos de diez soles ya no irá al colegio y tendrá que salir con su hermana de ocho años, más para protegerla que le preocupa ante todo que salvar la nota de Matemática por la que ha salido jalado con cero ocho.
Todo es en base a cuánto han logrado juntar, si es menos de diez soles ya no irá al colegio y tendrá que salir con su hermana de ocho años, más para protegerla que le preocupa ante todo que salvar la nota de Matemática por la que ha salido jalado con cero ocho.
Gajes del oficio
La laberíntica ciudad de noche se hace con las horas inextricable entre sus habitantes, sus costumbres, sus discotecas con olor a desenfado, sus borrachos hinchados, sus pollerías a cada paso y sus niños en cada esquina pintando algo con las tizas que se han podido chorear de sus colegios.
La laberíntica ciudad de noche se hace con las horas inextricable entre sus habitantes, sus costumbres, sus discotecas con olor a desenfado, sus borrachos hinchados, sus pollerías a cada paso y sus niños en cada esquina pintando algo con las tizas que se han podido chorear de sus colegios.
A José y Leyel los une ése vínculo que ni la distancia puede asolar, se llevan cinco años y él ha desarrollado una coraza tan dura como la de un padre hacia ella.
Llegaron a la esquina de la calle Piura con la calle Real y se encontraron con Denis, al que le dicen “Cochinín” por el hedor que emana. Dejan de lado sus nombres pasa asumir sus apodos como alter ego que está expuesto a todo. José asume “El gato Félix” por su segundo nombre (Félix) y Leyel “Cuchi” por que de bebita fue gorda.
Llegaron a la esquina de la calle Piura con la calle Real y se encontraron con Denis, al que le dicen “Cochinín” por el hedor que emana. Dejan de lado sus nombres pasa asumir sus apodos como alter ego que está expuesto a todo. José asume “El gato Félix” por su segundo nombre (Félix) y Leyel “Cuchi” por que de bebita fue gorda.
Los tres se vuelven inseparables, los dos varoncitos se encargan de cuidar a Leyel ya que por ser mujercita está expuesta a más peligros y lo saben muy bien porque un momento la dejaron sola en la mañana y cuando regresaron estaba llorando debido a que un borrachito –como ellos mencionan– le quitó los tres soles que había acumulado y borró los ojos del Mickey Mouse que habían pintado sobre la vereda.
El gato Félix tiene los ojos hinchados y rojizos, le pregunto el porqué los tiene así y me cuenta que hoy tuvo un problemón con una tía loca por la tarde. “Yo decía: apoya al arte, apoya al arte; ella me dijo: ¡calla, chibolo terocalero! Y yo le contesté: ¿acaso tú me has visto con terocal? Y para qué, la tía vino después con un señor que le echó un balde de agua a mi dibujo y pisando así, así (haciendo ademanes) lo borró”. No es la primera vez que le sucede algo así ya que en los restaurantes les gritan igual y todo por culpa de los pirañas del puente de la avenida Huancavelica que fuman marihuana.
Cuando les pregunto si es que tienen algún lugar específico o un horario determinado para vender caramelos, lustrar zapatos o pintar dibujos animados, ellos dicen que hay mucha competencia por la esquina de la calle Breña y Real si es para hacer dibujos, Cochinín saca una hoja con dibujos impresos y le pregunto cómo lo obtienen y los tres dicen al unísono “en la impresora”, Leyel detalla más “vamos a una Internet y le decimos a la señorita que nos saque dibujitos y ella lo saca… hay veces nos regala ya”; si es para lustrar zapatos es mejor en la plaza Constitución porque en el parque Huamanmarca hay señores que cuando les lustras se hacen a los locos y se van sin pagarte, “hay puro misios nomás ahí” dice Cochinín medio abrumado; si es para vender caramelos en la entrada de las pollerías La Leña o en El viejo madero porque hay más gente de Lima que sale de ahí. Sólo reciben dinero de esos lugares mas no algo para comer, “hasta los huesos se los llevan para chuparse en sus casas” bromea El gato Félix.
Los días que les toca estar todo el día ya tienen su casera para almorzar, la señora Maura que les vende sopita a un sol “y de dos o cinco soles con presa” agrega Cochinín y José me orienta “si quieres ir, del palacio municipal a tres cuadras nomás para allá, arriba”. Y es para arriba para donde miraron ese instante como imaginando el rostro de la señora Maura dándoles de sus sopita.
¿Quién robó mis juegos?
Si se busca algo para entretener los ojos, despejar la mente y barato: está el pinball. En el jirón Arequipa, entre la calle Lima y Breña se esconde entre una cortina sucia a medio cerrar el centro de la ludopatía.
Si se busca algo para entretener los ojos, despejar la mente y barato: está el pinball. En el jirón Arequipa, entre la calle Lima y Breña se esconde entre una cortina sucia a medio cerrar el centro de la ludopatía.
“Con veinte céntimos llegamos hasta la final de Metal Slug, ¿si o no?” interroga Cochinín a El gato Félix y éste se queda callado luego dice “Sí, pero mi mamá dice que si entro ahí me voy a enviciar y me voy a gastar toda mi plata… por eso voy dos veces nomás”, mientras Cuchi sólo los había escuchado interviene orgullosa “yo más bien no sé jugar eso” y Cochinín para ningunearla dice pensativo “hay bonitos juegos” mientras aspira los mocos ya que una gripe lo tiene así hace varios meses según él, “gripe porcina será” bromea El gato Félix”.
Cochinín y El gato Félix están en la secundaria, en primer grado y segundo respectivamente y dicen que les gustaba más la escuelita porque jugaban más en el recreo, ahora como todos son casi viejos a las justas juegan fútbol y nosotros nos metemos. Cochinín parece que duda, él está en el turno noche en el colegio José María Arguedas porque no alcanzó vacante para estar en la mañana o tarde, de pronto sus ojos forman un vacío, una especie de agujero negro que comienza a absorber todo cuanto esté al alcance de su vista.
De la Navidad lo primero que responden es comida como El gato Félix “a veces tomamos esa leche con… leche con chocolate o mi mamá prepara rica comida”, es el único que menciona algo al respecto, Cochinín se mantiene callado.
Cochinín y El gato Félix están en la secundaria, en primer grado y segundo respectivamente y dicen que les gustaba más la escuelita porque jugaban más en el recreo, ahora como todos son casi viejos a las justas juegan fútbol y nosotros nos metemos. Cochinín parece que duda, él está en el turno noche en el colegio José María Arguedas porque no alcanzó vacante para estar en la mañana o tarde, de pronto sus ojos forman un vacío, una especie de agujero negro que comienza a absorber todo cuanto esté al alcance de su vista.
De la Navidad lo primero que responden es comida como El gato Félix “a veces tomamos esa leche con… leche con chocolate o mi mamá prepara rica comida”, es el único que menciona algo al respecto, Cochinín se mantiene callado.
Mis sueños son pesadillas
Una vez ya con algo de confianza les pregunto a cada uno cuáles son sus sueños y cada uno interpreta diferente la palabra.
El gato Félix: “Yo no sueño, yo tengo pesadillas a cada rato y mi mamá por eso en las noches me rasca la cabeza para que ya no den esos sueños donde a ella le atropella una bicicleta”.
Cuchi (siguiendo lo de su hermano): “Yo cuando tengo pesadillas lloro”.
Cochinín: “Tenía, pero ya me olvidé”
Insisto para poder hallar algo entre las respuestas que me han provocado escalofríos. Les pregunto si quisieran tener algo, algún regalo tal vez.
El gato Félix: “Una bicicleta o una casa para no estar pagando por ese cuarto”
Cuchi: “Yo… no”
Cochinín: “Un carro… o un tractor mejor”
Y qué quieren ser de grande les pregunto dos veces porque a la primera los tres contestaron “cualquier cosa”.
El gato Félix: “Policía”. Cochinín interrumpe y dice “para matar gente seguro”. Y los tres ríen por varios segundos.
Cuchi: “Yo… no. Cantante tal vez”. Su hermano agrega “ella canta bonito en la casa”.
Cochinín: “Profesor”. Le pregunto de qué curso y me responde nuevamente “de cualquier cosa”.
Una vez ya con algo de confianza les pregunto a cada uno cuáles son sus sueños y cada uno interpreta diferente la palabra.
El gato Félix: “Yo no sueño, yo tengo pesadillas a cada rato y mi mamá por eso en las noches me rasca la cabeza para que ya no den esos sueños donde a ella le atropella una bicicleta”.
Cuchi (siguiendo lo de su hermano): “Yo cuando tengo pesadillas lloro”.
Cochinín: “Tenía, pero ya me olvidé”
Insisto para poder hallar algo entre las respuestas que me han provocado escalofríos. Les pregunto si quisieran tener algo, algún regalo tal vez.
El gato Félix: “Una bicicleta o una casa para no estar pagando por ese cuarto”
Cuchi: “Yo… no”
Cochinín: “Un carro… o un tractor mejor”
Y qué quieren ser de grande les pregunto dos veces porque a la primera los tres contestaron “cualquier cosa”.
El gato Félix: “Policía”. Cochinín interrumpe y dice “para matar gente seguro”. Y los tres ríen por varios segundos.
Cuchi: “Yo… no. Cantante tal vez”. Su hermano agrega “ella canta bonito en la casa”.
Cochinín: “Profesor”. Le pregunto de qué curso y me responde nuevamente “de cualquier cosa”.
Papás, donde las papas queman
Hay una diferencia muy grande entre El gato Félix y su hermana con Cochinín. Hace cinco años El gato Félix vio morir a su papá y sin rodeos lo cuenta, “estaba fumando la marihuana, se desmayó y se cayó”, a la vez se le iban los recuerdos a su lado, cuando su papá era chofer y lo llevó para conocer La Merced, se le diluían y humedecían sus ojos. Él ahora a asumido el rol, es como si un gran agujero fuese llenado por una pequeña materia y quedase una oquedad que la intenta cubrir su madre y que es interrumpida por su tío que ha llegado hace unos meses de Lima, pero que se pone a chupar y a veces ayuda. Inmediatamente y como ha sido usual, Cuchi bromea y dice “Papito le ha enseñado a pegar a mamá, yo he visto, y mi mamita le ha enseñado a pegar a mi hermano y él me está enseñando a pelear”.
Hay una diferencia muy grande entre El gato Félix y su hermana con Cochinín. Hace cinco años El gato Félix vio morir a su papá y sin rodeos lo cuenta, “estaba fumando la marihuana, se desmayó y se cayó”, a la vez se le iban los recuerdos a su lado, cuando su papá era chofer y lo llevó para conocer La Merced, se le diluían y humedecían sus ojos. Él ahora a asumido el rol, es como si un gran agujero fuese llenado por una pequeña materia y quedase una oquedad que la intenta cubrir su madre y que es interrumpida por su tío que ha llegado hace unos meses de Lima, pero que se pone a chupar y a veces ayuda. Inmediatamente y como ha sido usual, Cuchi bromea y dice “Papito le ha enseñado a pegar a mamá, yo he visto, y mi mamita le ha enseñado a pegar a mi hermano y él me está enseñando a pelear”.
Cochinín que vive cerca de la habitación de los hermanos tiene una casa más amplia, es de adobe, vive con sus papás, sus tíos y sus cuatro hermanos, dos varones (mayores) y dos mujeres (menores). Su papá trabaja en construcción, pero se fue a su pueblo para cosechar habas y trigo, piensa un momento para saber hace cuánto se fue, no lo recuerda con precisión y al parecer en sus ojos que se nublan indican años, deja pasar un rato en el que todos nos quedamos callados y dice que en vano traerá esas cosas porque nadie en su casa quiere comer porque se dedican a tomar todo el día nomás.
El final de la cena
Cada uno ha terminado de comer. Se sienten satisfechos. Cochinín vuelve a ser Denis y cuenta lo que su mamá le dijo en la mañana “Si otra vez el señor de El Mesón les invita pollo me traes aunque sea un poquito”. El gato Félix y Cuchi vuelven a ser José y Leyel y llenan en su bolsita lo que sobraron.
El final de la cena
Cada uno ha terminado de comer. Se sienten satisfechos. Cochinín vuelve a ser Denis y cuenta lo que su mamá le dijo en la mañana “Si otra vez el señor de El Mesón les invita pollo me traes aunque sea un poquito”. El gato Félix y Cuchi vuelven a ser José y Leyel y llenan en su bolsita lo que sobraron.
Salen presurosos y las almas asustadizas nuevamente. Se posicionan en la esquina de la calle Piura de Real para ver su dibujo, se arrodillan para volver a pintarlo porque al parecer ya ha sido pisado muchas veces, ellos van perdiendo su forma, son cubiertos por esa masa oscura que forman todos los transeúntes cuando pasan y repasan.
Los imagino irse a las once de la noche regresando a casa como me contó José y en las palabras de Leyel: “A veces vamos caminando, caminando, conversando, conversando y si llegamos tarde, acuérdate que mi mamá sabe pelear”.