domingo, 22 de agosto de 2010

El arrullo de las calles

Tercer domingo de julio, el primer día del pollo a la brasa y todos comen como apresurados: el peruano amante de su comida bien sazonada. Por el otro lado un niño pega las mejillas al vidrio de la puerta de la pollería, queda inmóvil, sólo existen ademanes, esa conversión de sus mayores deseos en movimientos lentos de los labios resecos. Las dos caras en un mismo tiempo, mientras una marca de gaseosas ha creado hasta el día de la Noche de la comida peruana, los otros soportan hasta dos días sin comer. Un muro que por ser transparente es más cruel y se erige entre ambos, aquel muro que humedece ojos y araña paladares en forma de saliva.

 
Los domingos se han hecho para trabajar


Ellos han olvidado que Dios se declaró agotado y descansó el sétimo día de la semana, pero para ellos los domingos son los días en los que tienen que ponerse más moscas porque hay más gente a quien lustrarle los zapatos para la cita y decirle –o hasta reclamarle– que aprecie el arte.


Ellos están en toda la ciudad, a que algunos los vean transparentes, les irrite, les acongoje, los enternezca o trate de ayudarlos es cuestión del muro que la sociedad ha construido; pero siempre están ahí, esperando llegar a acumular diez o veinte soles, porque ése es sueño: llegar a casa con algo para alimentar sus estómagos y parte de lo que les queda de vida.


Ellos, aunque les falte o estén en espera de un Víctor Hugues que por la noche rompa la aldaba de sus casas y los lleve por otros rumbos como a Sofía, Carlos y Esteban en El siglo de las luces de Alejo Carpentier, es lo de menos, porque ignoran los paseos dominicales con sus padres y con su silencio moldean una ceguera blanca que ilumina hasta lo más oscuro que podamos tener en el alma.


Ellos tienen nombres, sólo nombres, pues para el gran espíritu tras de ellos las palabras quedan como calificativos insignificantes. Ellos son José, El gato Félix, Denis, Cochinín y Leyel, Cuchi, tres niños que han aleado su miseria con la inocencia que aún brilla inmensurablemente en sus pupilas.

Despierta, mira que aún amanecerá


Es lunes y mientras los gallos cantan por la zona, Alicia se levanta presurosa para hervir agua y buscar algún mate para el desayuno. Grita: “José, apúrate, ya voy a salir”.
José despierta cansado, intenta no despertar a su hermana aún y escucha las indicaciones que le da su madre: “A las seis vienes para ayudarme a enjuagar la ropa y le dices a la Leyel que salga temprano”.
La hermana despierta, su panorama son cuatro muros por los que pagan treinta soles al mes, se pone el uniforme y reniega que este año le haya tocado el turno de la mañana, toma una taza con manzanilla, se pone la mochila encima y sale haciéndose las trenzas en el camino, en tanto José ya ha llegado a la casa de una vecina y está enjuagando las ropas que su mamá cobra cinco soles la docena.
A las diez de la mañana, José se pone al hombro su caja para lustrar zapatos y con la mirada hacia el vacío deja atrás aquel asentamiento humano abigarrado: Justicia, Paz y Vida.


En el camino se detiene en el hospital regional para ofrecer su servicio, si no ha logrado una boleada sigue para adelante hasta llegar a la plaza Constitución y en pleno sol de mediodía ganar algo para comer.
A las tres de la tarde tiene algo de sencillo para subirse a una combi que va a Chupaca y si no tiene para el pasaje o no le dio ganas de pagar, burro-fuga nomás con tal de estar en la mesa y almorzar un segundito o una sopita de quinua.
Todo es en base a cuánto han logrado juntar, si es menos de diez soles ya no irá al colegio y tendrá que salir con su hermana de ocho años, más para protegerla que le preocupa ante todo que salvar la nota de Matemática por la que ha salido jalado con cero ocho.

Gajes del oficio


La laberíntica ciudad de noche se hace con las horas inextricable entre sus habitantes, sus costumbres, sus discotecas con olor a desenfado, sus borrachos hinchados, sus pollerías a cada paso y sus niños en cada esquina pintando algo con las tizas que se han podido chorear de sus colegios.
A José y Leyel los une ése vínculo que ni la distancia puede asolar, se llevan cinco años y él ha desarrollado una coraza tan dura como la de un padre hacia ella.
Llegaron a la esquina de la calle Piura con la calle Real y se encontraron con Denis, al que le dicen “Cochinín” por el hedor que emana. Dejan de lado sus nombres pasa asumir sus apodos como alter ego que está expuesto a todo. José asume “El gato Félix” por su segundo nombre (Félix) y Leyel “Cuchi” por que de bebita fue gorda.
Los tres se vuelven inseparables, los dos varoncitos se encargan de cuidar a Leyel ya que por ser mujercita está expuesta a más peligros y lo saben muy bien porque un momento la dejaron sola en la mañana y cuando regresaron estaba llorando debido a que un borrachito –como ellos mencionan– le quitó los tres soles que había acumulado y borró los ojos del Mickey Mouse que habían pintado sobre la vereda.
El gato Félix tiene los ojos hinchados y rojizos, le pregunto el porqué los tiene así y me cuenta que hoy tuvo un problemón con una tía loca por la tarde. “Yo decía: apoya al arte, apoya al arte; ella me dijo: ¡calla, chibolo terocalero! Y yo le contesté: ¿acaso tú me has visto con terocal? Y para qué, la tía vino después con un señor que le echó un balde de agua a mi dibujo y pisando así, así (haciendo ademanes) lo borró”. No es la primera vez que le sucede algo así ya que en los restaurantes les gritan igual y todo por culpa de los pirañas del puente de la avenida Huancavelica que fuman marihuana.
Cuando les pregunto si es que tienen algún lugar específico o un horario determinado para vender caramelos, lustrar zapatos o pintar dibujos animados, ellos dicen que hay mucha competencia por la esquina de la calle Breña y Real si es para hacer dibujos, Cochinín saca una hoja con dibujos impresos y le pregunto cómo lo obtienen y los tres dicen al unísono “en la impresora”, Leyel detalla más “vamos a una Internet y le decimos a la señorita que nos saque dibujitos y ella lo saca… hay veces nos regala ya”; si es para lustrar zapatos es mejor en la plaza Constitución porque en el parque Huamanmarca hay señores que cuando les lustras se hacen a los locos y se van sin pagarte, “hay puro misios nomás ahí” dice Cochinín medio abrumado; si es para vender caramelos en la entrada de las pollerías La Leña o en El viejo madero porque hay más gente de Lima que sale de ahí. Sólo reciben dinero de esos lugares mas no algo para comer, “hasta los huesos se los llevan para chuparse en sus casas” bromea El gato Félix.
Los días que les toca estar todo el día ya tienen su casera para almorzar, la señora Maura que les vende sopita a un sol “y de dos o cinco soles con presa” agrega Cochinín y José me orienta “si quieres ir, del palacio municipal a tres cuadras nomás para allá, arriba”. Y es para arriba para donde miraron ese instante como imaginando el rostro de la señora Maura dándoles de sus sopita.


¿Quién robó mis juegos?


Si se busca algo para entretener los ojos, despejar la mente y barato: está el pinball. En el jirón Arequipa, entre la calle Lima y Breña se esconde entre una cortina sucia a medio cerrar el centro de la ludopatía.
“Con veinte céntimos llegamos hasta la final de Metal Slug, ¿si o no?” interroga Cochinín a El gato Félix y éste se queda callado luego dice “Sí, pero mi mamá dice que si entro ahí me voy a enviciar y me voy a gastar toda mi plata… por eso voy dos veces nomás”, mientras Cuchi sólo los había escuchado interviene orgullosa “yo más bien no sé jugar eso” y Cochinín para ningunearla dice pensativo “hay bonitos juegos” mientras aspira los mocos ya que una gripe lo tiene así hace varios meses según él, “gripe porcina será” bromea El gato Félix”.


Cochinín y El gato Félix están en la secundaria, en primer grado y segundo respectivamente y dicen que les gustaba más la escuelita porque jugaban más en el recreo, ahora como todos son casi viejos a las justas juegan fútbol y nosotros nos metemos. Cochinín parece que duda, él está en el turno noche en el colegio José María Arguedas porque no alcanzó vacante para estar en la mañana o tarde, de pronto sus ojos forman un vacío, una especie de agujero negro que comienza a absorber todo cuanto esté al alcance de su vista.


De la Navidad lo primero que responden es comida como El gato Félix “a veces tomamos esa leche con… leche con chocolate o mi mamá prepara rica comida”, es el único que menciona algo al respecto, Cochinín se mantiene callado.


Mis sueños son pesadillas


Una vez ya con algo de confianza les pregunto a cada uno cuáles son sus sueños y cada uno interpreta diferente la palabra.
El gato Félix: “Yo no sueño, yo tengo pesadillas a cada rato y mi mamá por eso en las noches me rasca la cabeza para que ya no den esos sueños donde a ella le atropella una bicicleta”.
Cuchi (siguiendo lo de su hermano): “Yo cuando tengo pesadillas lloro”.
Cochinín: “Tenía, pero ya me olvidé”
Insisto para poder hallar algo entre las respuestas que me han provocado escalofríos. Les pregunto si quisieran tener algo, algún regalo tal vez.
El gato Félix: “Una bicicleta o una casa para no estar pagando por ese cuarto”
Cuchi: “Yo… no”
Cochinín: “Un carro… o un tractor mejor”
Y qué quieren ser de grande les pregunto dos veces porque a la primera los tres contestaron “cualquier cosa”.
El gato Félix: “Policía”. Cochinín interrumpe y dice “para matar gente seguro”. Y los tres ríen por varios segundos.
Cuchi: “Yo… no. Cantante tal vez”. Su hermano agrega “ella canta bonito en la casa”.
Cochinín: “Profesor”. Le pregunto de qué curso y me responde nuevamente “de cualquier cosa”.
 
Papás, donde las papas queman


Hay una diferencia muy grande entre El gato Félix y su hermana con Cochinín. Hace cinco años El gato Félix vio morir a su papá y sin rodeos lo cuenta, “estaba fumando la marihuana, se desmayó y se cayó”, a la vez se le iban los recuerdos a su lado, cuando su papá era chofer y lo llevó para conocer La Merced, se le diluían y humedecían sus ojos. Él ahora a asumido el rol, es como si un gran agujero fuese llenado por una pequeña materia y quedase una oquedad que la intenta cubrir su madre y que es interrumpida por su tío que ha llegado hace unos meses de Lima, pero que se pone a chupar y a veces ayuda. Inmediatamente y como ha sido usual, Cuchi bromea y dice “Papito le ha enseñado a pegar a mamá, yo he visto, y mi mamita le ha enseñado a pegar a mi hermano y él me está enseñando a pelear”.
Cochinín que vive cerca de la habitación de los hermanos tiene una casa más amplia, es de adobe, vive con sus papás, sus tíos y sus cuatro hermanos, dos varones (mayores) y dos mujeres (menores). Su papá trabaja en construcción, pero se fue a su pueblo para cosechar habas y trigo, piensa un momento para saber hace cuánto se fue, no lo recuerda con precisión y al parecer en sus ojos que se nublan indican años, deja pasar un rato en el que todos nos quedamos callados y dice que en vano traerá esas cosas porque nadie en su casa quiere comer porque se dedican a tomar todo el día nomás.




El final de la cena


Cada uno ha terminado de comer. Se sienten satisfechos. Cochinín vuelve a ser Denis y cuenta lo que su mamá le dijo en la mañana “Si otra vez el señor de El Mesón les invita pollo me traes aunque sea un poquito”. El gato Félix y Cuchi vuelven a ser José y Leyel y llenan en su bolsita lo que sobraron.
Salen presurosos y las almas asustadizas nuevamente. Se posicionan en la esquina de la calle Piura de Real para ver su dibujo, se arrodillan para volver a pintarlo porque al parecer ya ha sido pisado muchas veces, ellos van perdiendo su forma, son cubiertos por esa masa oscura que forman todos los transeúntes cuando pasan y repasan.


Los imagino irse a las once de la noche regresando a casa como me contó José y en las palabras de Leyel: A veces vamos caminando, caminando, conversando, conversando y si llegamos tarde, acuérdate que mi mamá sabe pelear.

Libertad, palabra compleja. Usada actualmente en muchos libros de autoayuda con esa connotación pop, tan irrelevante, superflua, vanidosa que nos aleja del transfondo que esta simple unión de letras nos puede otorgar. Por un lado.

La libertad inyectada en los medios de la comunicación, una problemática que abre una amplia gama de sugerencias, cuestionamientos, normatividades y aspectos legales. Sin embargo, pienso hacer de esa variedad un cuadro que brille por su pluralidad. Por otro lado.
El dueño y los dueños de la televisión
En base al artículo Los límites de la información por Abelardo Sánchez León en la revista Quehacer (octubre – diciembre 2009) he tomado varios puntos en consideración con respecto al tema tratado.
Uno de ellos se encuentra en la respuesta de Martín Carrillo ante la quinta pregunta: Yo creo que hay una lógica patrimonialista y de empresa privada. Por lo tanto, como es un canal o radio privado, programa y dice lo que quiere.
¿Es realmente eso cierto? Pienso que relativamente no, el dueño o dueños de canales de televisión –que es el medio más trascendental, aún no completo– está sujeto al interés del público y a sus empresas auspiciadoras. Toma decisiones, sí, tal vez inadecuadas como en el caso de Genaro Delgado Parker; pero su libertad como jefe de la empresa emisor está regulada, no por un marco legal –que últimamente genera dubitación con el caso de José Enrique Crousillat–, sino por un grupo social que es quien genera sus propios contenidos como indica McQuail en su teoría normativa que formula que los medios están sujetos a la voluntad popular.
Esto me genera otro cuestionamiento: ¿“La empresa receptoraes libre?
Entiéndase libertad en este caso como dicta el diccionario en su primera acepción: Facultad de obrar de una manera y otra, y de no obrar.
Los que eligen ver un programa determinado cumplen la misma función de quienes eligen no ver el mismo programa; sin embargo, entran aquí las tablas del rating y hacen de esto un patrón cualitativo que nos ayuda a percibir con mayor claridad el porqué un programa es más exitoso que el otro. Tal vez nos proyectemos como un integrante más del programa o seamos algo que desde nuestro oscuro interior nos hace sentirnos cómodos: en la casa de vidrio o simplemente de LCD ahora.
Jean Paul Sartre en el capítulo III: Las relaciones concretas con el prójimo de El Ser y la Nada reflexiona muchos aspectos de interacción. Uno que me pareció aplicable para tratar mejor este tema: Hay un para-sí y en-sí en presencia del otro. Cuando hayamos descrito este hecho concreto, estaremos en condiciones de concluir sobre las relaciones fundamentales de estos tres modos de ser y podremos quizás esbozar una teoría metafísica del ser en general.
El para-sí (cómo nos vemos) niega al en-sí (cómo somos), pero el dominante es el para-sí cuando se trata de elegir un programa porque sesga nuestra verdadera esencia, aleja lo máximo posible al en-sí y nos adormece en prototipos ideales, en estereotipos exagerados de nosotros mismo. Es entonces en este caso que dejamos de ser libres y comenzamos a ser prisioneros de este medio, nos disfrazamos de interés público, de libertad –ésa, la que comienza este ensayo– y asolapadamente pedimos más para alimentar a nuestro famélico para-sí.
Así que se puede afirmar que tanto el dueño del medio como los receptores no son libres de obrar porque existirá algo que les impida visto de este modo, o es que ambos van buscando la libertad del otro para lograr su propia forma de libertad.

Contra la limitación, yo me limito

Uno de los temas principales de las políticas de comunicación del siglo XX es la libertad de prensa, que a su vez ha causado más de un debate en diferentes espacios, desde el congreso hasta en la calle. Todos nos preguntamos si realmente deben existir límites para la libertad de prensa y si existirían, hasta dónde deben llegar esos límites, o sea, la limitación de la limitación.
Los gobiernos de turno han visto siempre en los medios el poder, más allá del sillón presidencial, ven un discurso como un megáfono que expande su poder. Es porque aún los medios para muchas personas es signo de credibilidad, confiabilidad y –en pocas palabras– verdad.
De la misma revista y edición, Ramiro Escobar La Cruz mediante su artículo Libertad bajo maniobra reflexiona el caso de los medios en América Latina y toma dos palabras indispensables para su entendimiento: Poder y Libertad.
Si tomo como premisa lo mencionado en cuanto a verdad, pues la verdad es colectiva: se forma de muchas pequeñas verdades. Por ejemplo, si es que existiese la verdad, ya no necesitaríamos leer más de dos periódicos para ampliar nuestro enfoque del hecho. Por ello no hay una manera objetiva de redactar, porque en la selección de palabras están ya una intención que anula el conocimiento fáctico de nuestro entorno. En pocas palabras, si esto es cierto, entonces podemos crear realidades o contextos y eso es justamente lo que hacen los medios: crear algo muy cercano a la verdad que con el nombre de verdad se ofrece como una manzana acaramelada.
Con respecto a libertad, vuelvo a insistir con el modelo con el que se terminó el anterior tema de la televisión pero esta vez aplicado al poder. Mientras el presidente quiere tener más libertad (caso como el de Hugo Chávez) le va quitando al otro su libertad de expresión. Van en relación inversamente proporcional porque mientras los venezolanos piden libertad, su presidente lo interpreta como el desprendimiento de su propia libertad –valga la redundancia del caso–. A diferencia del rating que va directamente proporcional a la violación de la privacidad, al facilismo de contenidos, a los temas soft, etc… Claro ejemplo fue en los años entrantes a este nuevo siglo, épocas en los que cada canal de televisión tenía un talkshow y era el plato preferido de las masas.
Volviendo al tema de las delimitaciones noto un defecto por el cuál creo hasta el momento no se puede tener una base legal definida para ponerle límites a la libertad de prensa y sucede cuando se le otorga más libertad a la prensa, ésta entra en la Segunda actitud hacia el prójimo: el sadismo (volviendo nuevamente con Sartre).
Se exasperan los editores, los auspiciadores ponen reglas al juego y se necesitan de los contenidos más agradables. Entra el ser-para-otro, la imagen que vendemos, la que consumen los demás de nosotros que en pleno surgimiento al mundo se puede elegir mirar la mirada ajena y construir una subjetividad sobre el derrumbe de la ajena y eso exactamente hacen los medios de forma sutil como se define el sadismo. Esa misma barbarie que se propaga en los emisores provoca un efecto: piden más porque ya son sádicos. Otrora estos mismos emisores son quienes quieren poner límites a lo que consumen, suena irónico. Pero desde mi punto de vista suena utópico que logren sus cometidos. Ya explicado, creo que no sólo se puede aplicar en lo mediático, sino también en lo social, así creo nació la crítica radical de la cultura de masas realizada por Dwight MacDonald en Masscul y Midcult.
Luego de tratar la libertad y la limitación en el campo de los medios de la comunicación tengo algunas inferencias al respecto.
No podremos a llegar ser libres de nuestros para-sí y andaremos persiguiéndolo por cualquier medio, sea en radio, TV, periódicos, Internet. Porque así aprendemos a discriminar y elegir lo que nos conviene, ahora la base sea el grado de instrucción que tengas y nos pueda ayudar a discriminar mejor los contenidos que vierten. Así nosotros podremos ser los limitadores de la libertad banalizada que actualmente circula.
La paradoja que nace es que mientras podemos ser los limitadores, tenemos el poder de quitarle límites ya sea al periodismo (como ejemplo), ya que los que ejercen siempre justifican su contenido en “nosotros damos lo que la población pide”. Y si vamos pidiendo indirectamente temas que sólo nos quitan la libertad de nuestro ser, pues caeremos en un círculo vicioso que se repetirá una y otra vez en nuestra historia.
Una propuesta puede ser adentrarnos más en el mundo de la Internet que ya ha cobrado vida mediática desde la creación de los sitios Web personales o blogs.
En nosotros está el cambio social hasta que no se intensifique la delimitación en este medio de comunicación que ya empezó, para mencionar el caso de China que restringe a Google por la libertad de sus contenidos. Hasta eso, pasarán muchos años tal vez o a la velocidad en que vamos –virtualmente hablando– suceda en un par de años, así que debemos tomar la delantera.
En cuanto a la televisión, creo que tiene un destino fijo al igual que nuestra sociedad: preocuparse más por el consumo, la cantidad, la competitividad y el éxito. De ese modo el paso a la nueva televisión digital no será el gran cambio también el paso de la televisión con contenido social a la televisión con contenido mercantil, todo serán propagandas y tal vez llegue el momento en el que nuestras conversaciones derivarán de los productos que se ofrecieron en el programa de moda regido por el rating –que hasta ahora sigo siéndole escéptico–.
Por último, de nada nos servirá preocuparnos en liberarnos mediante el otro (ya sea un medio de comunicación) porque ni en el pasado lo hemos logrado con otras personas con las que teníamos contacto directo. Sólo queda preocuparnos en saber discriminar los contenidos, no limitar, porque es probable que cuando queramos limitar algo estemos queriendo limitar nuestra propia libertad.

Imagen: Apaga la tele de J. R. Mora

Mi vicio...

¿Jugamos Ping-pong?