En las mangas de lo no real, estuve suspendido entre torrentes de sangre, aplastando entre glándulas y membranas, frente a frente: él, el hígado; yo, la polución. Quizás así pueda separar y olvidar el dolor que estoy sintiendo.
Recibiré todas las condenas a cambio del placer poluto que otorgué ¿no puedo cambiar eso? Antonio Machado, ayúdame. Sartre, aléjate de una vez. Eros, vete. Tánatos, ¿qué esperas?
He estado escribiendo orientado a la vida finita, me he tomado en serio ese papel.
Mañana cambiaré de pensar, repito tantas veces antes de dormir. No da resultado.
Me he vuelto a enamorar, me descontrola, me ayuda a alejar esos pensamientos sucios por algunos momentos, no por todos.
Están confabulando las cosas –por no decir cuestiones del azar– que preveo una gama de eventos a posteriori, me aterra más, no tengo ganas de irme a la otra (hoja), nunca he tenido ganas de irme a la otra (página) y, sin embargo, necesito explotar, derramar la tinta cargada, dejar huella, algo que prevalezca mi nombre en la eternidad.
Siento placer al escribir, cada vez que me despierto en las madrugadas, ya sea por sed, hambre, ganas de leer, ganas de hacer el amor, ganas de no hacer nada. Es ese placer que proviene del veneno que no solo está matando mi cuerpo (el que existe como materia ahora), sino también de mi alma que está alejando a mi memoria fallida. Estoy olvidando muchos recuerdos, lo cual me da mucha impotencia, por eso escribo: porque me ayuda a controlarlo. A controlar el placer poluto.