lunes, 7 de diciembre de 2009

Entre las sombras blancas, un amigo

Unas manchas blancas en el polo verde y con el brazo tembloroso mi compañero Saúl no podía guiar el mouse de la computadora aunque el profesor concentraba en el mayor desdén posible para él; yo no podía serle indiferente, necesitaba preguntarle qué le ocurría, pero atiné quedarme callado. Luego del timbre para la hora de la comida de la tarde, ya en el baño lo observé de cerca, reía como descontrolado y cuando estaba por acercármele entró un grupo de muchachos (dos o tres años mayores que yo) y comenzaron a reírse junto a él. El rompecocos. El rompecocos ‘ta qué bravazo, palmeaban su lomo mientras su cuerpo respondía de una manera extraña, uno de ellos giró a preguntarme porqué nunca me atreví a contarles el motivo por el cual estaba sólo seis meses en aquel centro de orientación para menores. El festín comenzó, sacaron unas bolsitas transparentes con algo verdoso dentro y con un ritual extravagante las intercambiaron, uno exageraba más que el otro de dónde lo obtuvieron; Johao, vuelve a acercarse a mí y pone sobre mis manos una bolsita. Todos comienzan a reír y salen como saltando. El timbre repite su ruido para volver a los salones y nuevamente permanecía con el monitor de la computadora enfrente, Saúl ahora más tranquilo me observa y me habla en voz muy baja y entrecortada: No les hagas caso, bótalo o dámelo. El profesor se puso detrás de ambos, mencionó mi nombre y volví a mis actividades. Al otro costado, Marco, inquietado por lo dicho por Saúl comenzó a preguntarme, le conté lo que había ocurrido en el baño y sólo atinó a decirme: Yo sólo soy violín, no drogo.
Pedí permiso para salir al baño, en el tercer piso observé el cielo, la tarde seguía nublada y parecía como si no hubiesen pasado siquiera minutos desde que había entrado, las paredes de la casa colindante estaban todas plomizas, me quedé unos minutos observando dicho panorama.
Sentí un gran peso por la espalda que me impulsó al frente y caí al piso (que aún olía a cera). El profesor gritaba enojado el nombre de Saúl y me lo sacó de encima, lo sujetó fuertemente de los brazos y se lo llevó al primer piso, desde arriba escuché que le gritaban e insultaban, me levanté mientras rodeaban el lugar de lo ocurrido los de otros salones que también salieron. Me incorporé mientras Marco me hablaba precipitadamente: Si no te quitaba eso, te clavaban seis meses más. Observé desde arriba cómo todos los consejeros habían rodeado a Saúl y le hablaban a la vez, uno de ellos le enrostraba el paquete que ya no estaba en mi bolsillo, los dos señores que cuidaban el lugar aparecieron por la derecha y le lanzaron agua en la cara con unas tazas. Recordé el rostro de la mamá de Saúl que un día lloraba a su lado en el comedor y le increpaba que era mejor escaparse porque lo único que estaba ganando allí era más tiempo de condena.
Volvían a mi mente las conversaciones que mantenía con él a lo largo de la calle Trujillo cuando salíamos a las seis y media de la tarde.
Quince minutos antes de salir, al formar y rezar cuatro veces, Saúl que estaba a dos filas hacia la derecha empezó a toser algo aturdido llevando la polera mojada hasta los hombros, todos volteamos a verlo mientras uno de los consejeros lo agarró de un brazo y se lo llevó a su despacho. Marco comentó acerca de la benevolencia que tenían en ese lugar ya que en el Maranguita los bañaban con sustancias extrañas para mantenerlos calmados.

Al salir y pedir mi mochila, Johao me esperaba para preguntarme por lo ocurrido, le pedí disculpas, sin embargo su sonrisa me brindó una gran calma. Los demás vinieron y se fueron con él, pude ver bien y entre ellos estaba Saúl. Caminaba por la Alameda de los Descalzos y escuché “Rompecocos, Rompecocos”, volteé para buscar de dónde se originaban esos alaridos, el gran grupo sentado bajo la sombra de una de las estatuas de mármol de la alameda tenía a Saúl al centro y éste aspiraba algo, luego comenzó a golpearse la cabeza y una risotada al unísono llamó la atención de los transeúntes. Giré y continué mi rumbo, esperando volver a ver a Saúl al día siguiente.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

definitivamente ya me dejaste chikito

Antony Llanos Salomé dijo...

Tímido Gerardo...

Anónimo dijo...

Me encantó leer este fragmento, me devolvió algo de calma en un momento de desesperación

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