domingo, 16 de marzo de 2008

En la ruta de San Román (André Bretón)

La poesía se hace en el lecho como el amor,
sus sábanas deshechas son la aurora de las cosas.
La poesía se hace en los bosques,
tiene todo el espacio que necesita.

No éste sino otro que condicionan
el ojo del Milano, el rocío sobre la planta cola de caballo.
El recuerdo de una empañada botella de Traminer sobre una bandeja de plata
una alta verga de tumolina sobre la mar
y la ruta de la aventura mental
que sube vertical
y al primer alto se enmaraña.

No se grita por las calles,
es inconveniente dejar la puerta
abierta o llamar testigos.

Los bancos de peces, la banda de pájaros.
Los rieles a la entrada de una gran estación.
Los reflejos entre dos orillas.
Los surcos en el pan.
Las burbujas del arroyo.
Los días del calendario.
La hierba de San Juan.

El acto de amor y el acto de poesía
son incompatibles
con la lectura en voz alta del periódico.

La dirección del rayo del sol.
El fulgor azul que enlaza los hachazos del leñador.
El hilo del palote en forma de corazón o de nasa.
El golpear acompasado de la cola de los castores.
La diligencia del relámpago.
El chorro de almendras de lo alto de viejos peldaños.
La avalancha.

La cámara de los hechizos.
No señores, no es la Cámara de diputados
ni los vapores de la recámara una tarde de domingo.

La figuras de danza en trasparencias sobre las charcas.
La delimitación contra un muro de un cuerpo de mujer al lanzarlos puñales.
Las volutas claras del humo.
Los bucles del pelo.
La curva de la esponja de Filipinas.
Los lazos de la serpiente coral.
La entrada de la hiedra en las ruinas.

Tiene todo el tiempo para ella
El abrazo poético como el abrazo carnal
mientras dura prohíbe toda caída en la miseria del mundo.

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