viernes, 5 de septiembre de 2008

En pelete

Un ángel que se disfraza de neblina a las seis de la mañana teje unos hilos casi transparentes, van desde los rincones más tenebrosos hasta las orillas de las suelas de cada indigente que camina y disuelve su figura en la gran malla del futuro.

Los techos suenan mientras unos temerosos segmentos áureos se asoman –mucho más antes que suene el despertador y tumbe los martillos– a la cubierta de los barcos en la distancia forman pirámides andantes. Los techos suenan… y con ello el cerebro abre paso a las nuevas revoluciones matinales: ¿Qué hacer un día de invierno en Lima?

El habla se transforma en una insospechada fuente de estupor, varían las ondas entre pared y pared, y el lenguaje se hace en: “tu-tu-tu… tú”. Al aproximar un objeto inerte a la boca, sé que de algún lado su voz respira y camina aún y se cuela entre unos pequeños agujeros de velocidad.

“La respuesta aún espera, espera a las 6 & 45”

Los sentidos son devorados lentamente por cada sumo de sudor agrio del minutero, maldito segundero que pareces un flagelo de aquél.

Un pequeño jacarandá mece las burbujas y las casacas azules del éxtasis de la vid contigua, las campanas emitían un calvario, sus óvalos hermosos en el cristal desesperaban y comenzaban a opacar lo demás, los burdeles óseos y las hojas masticadas por el agua. Un pez emergía.

–¿Tomas?

–Ahora sí.

Creo que falta poco, creo prevenir los colores salidos del plomo, creo ver un aguacero continuo en su pecho morado sujetando su corazón dorado.

Contempla el silencio del atardecer y con él calla, no es necesario sorber del alma.

La tierra húmeda la traigo, los restos de tierra seca las sigues tirando de vez en cuando, dos huellas al ser comparadas se hacen ademanes y también han compartido el petróleo y el sol.

El carro blanco y su sector plomo a nuestras espaldas se va acompañando la luz del occidente, en aquel cono que ocultará tal vez un aleph al final del todo.

–Te queda mejor el blanco.
–…y a ti el negro.

Los meridianos y las calles forman un tablero de ajedrez, las piezas se han reducido a dos después de varias contiendas, perder una torre fue doloroso como desaparecer al alfil llevado por la mano ajena.

Los sauces piden sombra o quizás desde el óvalo terrenal a la izquierda una estela busca sumergirse pronto en alta mar, para eso está su voz atenuante.

Una gran banda acústica nace cuando no suenan los pasos dados, hará frío, saldrá un sol empalidecido, pasará un viento afiebrado ; pero adelante un carro espera retornarnos a la casa blanca (al amanecer) y a la casa ploma (al anochecer).

De su mano se desprende un pedazo de papel que en su transcurso se hace un barco, luego navega y también se difuminará en la red de la llovizna.
Foto: ocaso en altamar de Master_picture / Flickr.com

1 comentarios:

Laura dijo...

Regresamos con menos tiempo para comentar pero prometiéndo volver y agradeciendote tu compañia.

Besos y buen finde.

Mi vicio...

¿Jugamos Ping-pong?